La Gestalt como Existencialismo Ateórico

 
por Quim Gómez i Tarrés

He asistido a tres [1] encuentros presenciales en torno a esta idea. La premisa es la no idea, es decir, el encuentro con lo que surge o emerge en el momento presente. Para mi, el existencialismo ateórico es entrar en un espacio abierto y estar dispuesto a mostrarlo a los demás; bajo mi entender y experiencia, lo curioso e imprescindible es que no llevo un tema preparado (padres, niño interior, polaridades, etc.) y, sin embargo, todos estos temas pueden emerger, hacerse presentes y ser motivo de trabajo durante el taller.

Así pues, ahí está lo ateórico, lo no definido como preámbulo para trabajar. A nadie se le va a escapar que, una vez vivenciado un trabajo, uno puede darse cuenta cuál es el aspecto que ha surgido trabajar desde el no-sé, desde el vacío estéril. Lo interesante es cómo llego a ese vacío y cómo hay algo que mueve o inicia un Ciclo Gestáltico a partir de sentarte ante ti, ante el grupo y abrirte a mirar y mirarte. Para mí, ahí aparece algo interesante: la actitud.

Como participante es una actitud que lleva consigo un impulso; un impulso hacia dentro y/o hacia fuera: la quietud, el miedo, la rabia, la locura, la verborrea, la neurosis, la negación… Curiosamente, las vivencias expresadas pueden ser en ambas direcciones. No hay una dirección del Yo a trabajar sino, al contrario, un encuentro con el Ser sin dirección que, con el trabajo, es posible que se encuentre en el camino con su Yo. Otra cosa que no hace el existencialismo ateórico es ir a trabajar los centros de los que habla Claudio, sino que éstos están en diálogo y al servicio de lo que el Ser en su propia crisis existencial-consigo mismo- necesita para enfrentarse y metamorfosearse para seguir siendo Ser, al mismo tiempo que deja de Ser, es decir, una transformación sutil, violenta, agresiva, amorosa… según el impulso y, sobretodo, la actitud que el participante permite.

En este proceso -que podría llamar creativo- se dan dos elementos importantes para que el trabajo fructifique en alguna dirección, no en cualquier dirección, sino en aquella donde el participante orienta el trabajo, es decir, que se hace responsable de su propio proceso. El primer elemento es la presencia del terapeuta que asume el proceso de acompañamiento en ese camino iniciado por el participante, sin tener la dirección que, de alguna manera, se la va entregando el participante con cada paso que da. El terapeuta solo está ahí de apoyo o confrontación para que el participante pueda ir dándose cuenta de su Ser y de la crisis existencial en la que se encuentra inmerso. El participante va elaborándose en el propio proceso de reconocerse y encontrarse con aquello, ya sea un tema negado, antiguo, no visto… y ahí es vital la presencia del terapeuta y ya no solo de él, sino también del segundo elemento, el grupo.

El grupo es esencial pues acompaña desde el contacto con el vacío y en todo el proceso metamórfico que se da en el participante; es un apoyo a éste y al terapeuta. Si el terapeuta está al servicio del participante, el grupo está al servicio de ambos. Su presencia ayuda a contactar al participante con su Ser, así como con aquello que está trabajando sin ser consciente de ello. Su atención plena conlleva una fuerza que puede apoyar o confrontar al participante. Apoyará al participante cuando éste se encuentre frente a algo nuevo y necesite mostrarlo al mundo, validar el encuentro que ha tenido con él y, de esta forma, se hace presente y se da en el Ser frente al mundo, fortaleciendo su metamorfosis o el estadio de elaboración de su propio proceso, pudiendo dar entrada a algo nuevo. O le confrontará para poder transitar hacia algo que no quiere ir, que le duele o que niega… para poder verse en el espejo a través del otro o de los otros.

Nos encontramos frente a un trabajo ateórico, un trabajo con el Ser, un Ser que necesita sentirse visto, escuchado, acompañado. Ese es el trabajo que se realiza en estos talleres: Ver, Escuchar, Acompañar.

Desde este lugar es que hablamos de existencialismo en tanto que estos talleres no están orientados bajo ningún tema o prefacio previo. Es decir, nos encontramos ante un lienzo en blanco  donde cada uno va a escribir lo que en ese momento vibre en su Ser. De alguna manera nos situamos ante el espejo de vernos, escucharnos y acompañarnos y, ahí, es donde se puede agrietar algo que permite encontrarse con la fragilidad emergiendo una necesidad interna de transitarla, sea mostrándola, sea rompiéndola, sea simplemente –que no fácil- vivenciándola y actualizándola. Dar espacio a la existencia de lo que está debajo sin saber lo que hay abre la posibilidad de dar un salto interior que, de otra forma, no se hubiera dado.

Existencialismo y Gestalt entienden que el hombre no es un ente en sí. No busca observar el objeto sino, como nos recuerda Unamuno, el hombre vive de carne y hueso e incluye su propio Ser en el pensarse y/o vivenciarse. En ambos hay un diálogo consigo mismo y con la existencia de su Ser. Es lo que hace que desde la nada o el vacío permite a la Gestalt vivenciar su Ser, al menos una parte de ella, su neurosis. Leyendo a autores existencialistas[2]y, en particular a Buber, encontré en sus escritos textos que, posteriormente, bajo mi prisma formativo y de experiencias gestálticas me resonaron de forma práctica y que, hasta entonces, no había sabido darle nombre; es decir, la Gestalt como existencialismo ateórico. Observo y vivo la experiencia Gestáltica no desde el ensimismamiento sino en relación al Tú (terapeuta) y al nosotros (grupo), es decir, la Gestalt es social.

Es cierto que no hay teoría sobre la Gestalt como existencialismo ateórico, y no es menos cierto que la Gestalt tiene su parte teórica. Como he señalado más arriba, el a prioride la Gestalt como existencialismo ateórico es un lienzo en blanco que, una vez transitado y vivenciada la metamorfosis, es fácil reconocer los aspectos teóricos que hay detrás de la vivencia. No sería de ninguna forma Gestalt como existencialismo ateórico si quisiéramos enmarcar previamente los aspectos teóricos y las posibles vivencias y/o transformaciones que el participante realizaría. Es decir, que de antemano tuviéramos la pretensión de llevarlo donde el ego del terapeuta necesita, en lugar de dejar que el mismo participante se responsabilice y tome las riendas del propio proceso existencial que está vivenciando voluntariamente, acompañado por el terapeuta, el grupo y él mismo, su Ser, la nada, el vacío, la transformación… Solo a posteriori podemos construir el discurso de la Gestalt como existencialismo ateórico.

[1]Encuentros realizados a partir de una propuesta del Dr. Claudio Naranjo en el Institut Integratiu y de la mano de Francis Elizalde, Assumpta Mateu y Andreia Medeiros.

[2]Sartre, Merleau-Ponty, Heidegger, Simone de Beavoir, Levinas, etc